Martín Chirino (1925-2019)

Mediterránea, 1972. 150 x 370 x 50 cm (aprox.) Acero pintado al duco

La obra que se expone en el Museo, Mediterránea, está realizada en láminas de acero soldadas y pintadas al duco -al horno- en rojo brillante, según la técnica empleada por el artista en esta serie. El color, utilizado por primera vez en su obra, no tiene una intención decorativa, pretende atenuar las líneas, acentuar el carácter liso de las superficies y reforzar la sensación de ligereza. Hay un cierto barroquismo en sus formas trazadas por medio de suaves curvas, extendidas en horizontal, creando volúmenes y huecos, que suponen un cambio formal con respecto a sus obras precedentes, más austeras y rígidas. Es una composición que según su propio autor, evoca el mar, la luz y la claridad del Mediterráneo, pues este trabajo surgió como consecuencia de una estancia de dos meses en Grecia, en 1964, durante la cual quedó profundamente impresionado por la cultura y el paisaje griegos. En el contexto en el que está situada, en mitad de la fuente, el rojo brillante de la escultura ofrece un fuerte contraste de color con la sobriedad del resto de los materiales y el ritmo sinuoso que le confieren las curvas hace juego con el movimiento ondulante del agua, a la vez que se refleja en el estanque.

Martín Chirino nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1925, en un medio familiar tradicionalmente ligado a la construcción y reparación de barcos, que le puso en contacto desde muy niño con el mundo de la forja y la talla de la madera. Ambas circunstancias fueron decisivas en la trayectoria del escultor, puesto que los dos factores que mejor definen su obra son las continuas referencias a su tierra, cuya cultura ancestral ejerció una poderosa influencia, y el uso del hierro como medio de expresión plástica, un trabajo artesano de tradición española, que, como decía Antonio Saura, supo sintetizar con las más actuales preocupaciones espaciales.

El artista inició su formación en la escuela canaria de Manuel Ramos y más tarde, a partir de 1948, continuó su estudios en Madrid en los cursos de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, los cuales compaginaba con el aprendizaje del oficio en talleres de herrería. Contribución decisiva en esta etapa fueron los viajes que realizó a Francia, Italia e Inglaterra, especialmente su estancia en París, donde conoció la escultura en hierro de Julio González.

De regreso a Las Palmas, en 1953, Chirino comenzó a trabajar en el campo de la abstracción con las Reinas negras, figuras estilizadas, inspiradas en el arte africano y el surrealismo, con una mezcla entre arte primitivo y vanguardia que estará presente en muchas de sus obras. En esta época una de sus principales aficiones era el estudio de los vestigios de la antigua civilización guanche, interés que compartía con su amigo el pintor Manolo Millares.

Al poco tiempo, el artista se trasladó a Madrid y comenzó una serie de obras dentro de la denominada " poética del informalismo", con una búsqueda de la fuerza expresiva en los materiales, fundamentalmente el hierro forjado, que proporciona sobriedad y un cierto rigor formal a sus esculturas.

En 1958 Chirino realizó su primera exposición individual en el Ateneo de Madrid y entró a formar parte de El Paso, un grupo de artistas y críticos que se habían unido con el objeto de "vitalizar" el arte moderno en España, dentro de una línea de expresión informalista que admitía cierta pluralidad de posturas.

La participación en la muestra "New Spanish Painting and Sculpture", organizada por el Museo de Arte Moderno de Nueva York un año más tarde, supuso para el escultor su lanzamiento en el panorama artístico internacional, mediante la firma de un contrato con la Galería neoyorkina Grace Borgenicht que desde 1962 ha realizado periódicamente exposiciones individuales de sus obras. En aquella muestra había presentado Vientos, su serie mas conocida, en la que introducía por primera vez la espiral, un motivo que reaparece constantemente en sus creaciones posteriores. Este tema iconográfico, tomado de las inscripciones aborígenes canarias, poseía una indudable connotación simbólica, pero el artista le añadió además el significado alegórico de evocación del viento, de su movimiento al batir las olas o la arena de la playa.

Más tarde, a partir de 1969, Chirino experimentó un cambio formal y técnico en un conjunto de piezas monumentales, realizadas en chapa pintada en colores vivos, que suponen un paréntesis en su trayectoria. Se trata de las Mediterráneas, entre las que se encuentra la escultura del Museo, y su evolución posterior, las Ladies.

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