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Tras dar por superada una etapa donde el grafismo distribuía la lógica de la imagen, arropado de los colores planos para configurarla. Tuve una necesidad apremiante de incorporar la textura en mi obra, pero sin renunciar a el lenguaje figurativo que venía utilizando. Necesité reestructurar mis recursos pictóricos y modificar el enfoque del color que había venido utilizando. En un principio, mi pintura se ensombreció y un halo de tristeza desplazó la alegría colorística del periodo anterior.

Paso a paso, el color volvió a florecer, pero de una manera muy distinta a como había sido antes unido a la representación del mundo urbano como temática primordial: las calles, los coches, la gente, el ruido y el trasiego fueron, por lo general, los protagonistas de mis cuadros.

Disfrutaba intentando que la materia tosca y áspera conviviera con los colores que describían los objetos. Era como vivir en la frontera entre la abstracción y la figuración, pasando de un lado a otro sin recato y sin cortapisas.

De estas búsquedas surgió un interés, casi monotemático, por la representación de la ciudad donde nací y siempre he vivido: Madrid.

Ha supuesto un camino en solitario lleno de perseverancia y que no sería descabellado pensar que se trataba de una actitud de aislamiento, al no tener influencia alguna de lo que estaba sucediendo en el panorama artístico del momento, ni del realismo urbano que seguía realizándose. Me encontraba solo ante el cuadro… solo ante Madrid

Aquí les presento ese Madrid que ha surgido del trabajo de muchos años, muchos momentos de búsqueda y muchos momentos de satisfacción. Espero que les guste.

Manuel Domingo Castellanos