El botellón y la salud
El alcohol, el tabaco y el cannabis son las sustancias de abuso de uso más frecuente entre la población española más joven.
Vivimos en una sociedad en la que todo se celebra con bebidas espirituosas, tanto en el ámbito familiar como en el profesional y social, y buena parte de la población considera absolutamente normal ingerir estos productos prácticamente a diario. De hecho, la mayoría de los/las adolescentes prueba por primera vez el alcohol dentro del seno familiar.
Esa aceptación social hace que los/las adolescentes puedan conseguir bebidas de este tipo sin demasiadas trabas, ya que en el fondo se piensa que el problema no es para tanto.
Sin embargo, la realidad se impone con los siguientes hechos:
Daños colaterales: enfrentamientos con las autoridades, peleas, accidentes de tráfico, intoxicaciones etílicas, ingresos hospitalarios, deterioro de los espacios públicos, multas económicas, agresiones, prácticas sexuales de riesgo, conflictos familiares y enfrentamientos con la vecindad y comerciantes.
Daños directos: Es completamente errático pensar que el alcohol no daña la salud o que sus efectos negativos pasan rápidamente sin dejar huella. Nada más lejos de la realidad.
Malestar del día siguiente: cefalea, molestias oculares, irritación de la mucosa buco-faríngea, problemas digestivos, vómitos y problemas motrices.
El etanol (agente tóxico que contienen estas bebidas) se elimina prácticamente en su totalidad en el hígado. En los casos de ingesta abusiva, este órgano no puede manejar tanta cantidad de alcohol, especialmente si son mujeres y su constitución es delgada, y los efectos nocivos empiezan rápidamente a hacer mella en el tejido neuronal. Es entonces cuando aparecen los síntomas de la intoxicación etílica: falta de coordinación, euforia, agresividad, mareo, dolor de cabeza, vómitos, pérdida de consciencia, hasta llegar al coma etílico (en Madrid, en sólo un año se registraron 10.000 casos) y, en ocasiones extremas, la muerte.
Subrayar que un coma inducido por el abuso de alcohol puede provocar síntomas (convulsiones, hipotermia, hipoglucemia...) que si no se atienden correctamente pueden tener un desenlace fatal.
Daños en el medio plazo: la mayoría de los/las especialistas tiene la percepción de que la progresión ascendente en la tasa de fracaso escolar se debe, entre otros factores, a que ha aumentado la ingesta alcohólica a edades demasiado tempranas.
Consumir alcohol de manera frecuente, incluso según el patrón compulsivo de fin de semana que parece haberse impuesto entre adolescentes, acaba generando tolerancia (cada vez necesitan beber más y con mayor frecuencia para obtener los mismos efectos), lo que establece un criterio diagnóstico que favorece el desarrollo de problemas derivados del abuso de alcohol en la edad adulta.
Daños en el largo plazo: Un gran número de especialistas está avisando de que en las generaciones venideras, los sistemas sanitarios tendrán que enfrentarse a un plétora de patologías derivadas del consumo de alcohol "en atracón" (botellón): cirrosis, hepatitis, pancreatitis, alteraciones renales, tumores....
El efecto de una borrachera tarda unas tres semanas en desaparecer del hígado. Si la borrachera se produce cada fin de semana los daños se multiplican enormemente.
En España el 63% de los/las escolares de entre 14 y 18 años bebe habitualmente y llega a la ebriedad una media de casi tres veces al mes, es decir, prácticamente todos los fines de semana. Las borracheras frecuentes perjudican el crecimiento (alteran la producción de las hormonas implicadas en este proceso), favorecen la obesidad (el alcohol aporta muchas calorías, pero pocos nutrientes) y dañan las funciones cerebrales hasta el punto de generar problemas en el aprendizaje, la memoria y las habilidades cognitivas que requieren cierta rapidez de razonamiento y reflejos.
Daños indirectos: el consumo abusivo de alcohol suele encontrarse en la raíz de muchas enfermedades de transmisión sexual, de agresiones de este tipo, de embarazos no deseados, de contagios del virus del sida... por practicar sexo sin protección.
Por otro lado, estos productos precipitan la aparición de problemas psiquiátricos o agravan aquellos que puedan existir. Finalmente, y por mucho que se hayan proclamado las propiedades cardiosaludables de la ingesta moderada de alcohol, es difícil establecer un umbral de seguridad. En cambio, está demostrado que el abuso de bebidas espirituosas provoca hipertensión, taquicardias, arritmias y, a más largo plazo, insuficiencia cardiaca.
Por otra parte, el alcohol juega un papel decisivo en los accidentes de tráfico y en los incidentes violentos, potencia la agresividad y disminuye los reflejos y el control de los impulsos.
El objetivo debe ser retrasar al máximo la edad en la que los/las jóvenes comienzan a beber, evitando la reincidencia, la escalada del consumo (iniciación, esporádico, habitual, abuso, dependencia) y el policonsumo (consumo simultáneo o complementario de tóxicos diferentes).
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los 18 años sería el límite de edad para establecer la permisión, pero muchos expertos la sitúan en los 20 años, ya que a partir de esta edad los efectos sobre el organismo no son tan devastadores y, sobre todo, su actitud ante la bebida suele ser más responsable y moderada.
No obstante, para lograrlo, se debe comenzar la tarea desde la infancia, desarrollando acciones de refuerzo y control durante la etapa de la adolescencia.