Felipe Mateu i Llopis, de director de la Biblioteca de Vallecas a salvador de bienes culturales.

La Biblioteca de Vallecas recuerda a su antiguo director Felipe Mateu i Llopis.

Parafraseando a Tolstoi, todos los siglos son convulsos pero algunos parecen serlos más que otros. El siglo XX fue especialmente complicado, con grandes tragedias generales que tuvieron su reflejo en los pequeños dramas individuales, pequeños en tanto en cuanto afecta una a una a las personas, no a las consecuencias que esta produce en sus vidas. En el caso de Felipe Mateu i Llopis, esas consecuencias son fácilmente visibles en su vida profesional, pues es indudable que hubo un antes y después de esa terrible brecha que dividió hondamente el devenir de este país.

Antes de 1936, Llopis, historiador, arqueólogo, bibliotecario y numismático nacido en Valencia en 1901, ocupó numerosos e importantes cargos, siendo protagonista de unas disciplinas que empezaban a adquirir un gran corpus teórico, a consecuencia de una mayor especialización y de una mayoría de edad producto del desarrollo de las teorías decimonónicas de las que, en buena medida, partían. Así, de la dirección del Museo Arqueológico y de la Biblioteca Provincial de Tarragona pasó a ostentar el cargo de director de la, por entonces flamante, Biblioteca de Vallecas, inaugurada en 1933.

Por aquellos entonces Vallecas era un municipio independiente pues no sería hasta los años 50 cuando se integraría en Madrid. La Junta de Intercambio y Adquisición de Libros, creada poco tiempo antes, dotó a este municipio de una biblioteca y, debido a la densidad poblacional a la que atendería, con la obligación de que a su cargo estuviese un director. Llopis fue el primero en ejercer como tal. De su paso por esta dirección quedó constancia dos Memorias redactadas por él mismo y un artículo, publicado en el “Boletín de Bibliotecas y Bibliografía” titulado “Anecdotario de una Biblioteca Pública Municipal”. En él, la idiosincrasia de una época y de unas gentes que, tal vez por primera vez, tomaban contacto con este servicio, quedó divertidamente reflejada. Le llamó la atención, por ejemplo, la influencia que los cines tenían en el préstamo de determinadas obras y en la sorpresa e incredulidad que la gratuidad ejercía en estos nuevos usuarios y cómo algunos de ellos, como muestra de agradecimiento, traían en contrapartida algún libro propio como donativo. Rudyard Kipling, nos cuenta, fue uno de los escritores que más atención mereció por parte de los vallecanos de la época.

Pero el tiempo pasa, y de la Biblioteca de Vallecas pasó al puesto de conservador de la Sección de Numismática del Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Dentro de esta disciplina destacó especialmente convirtiéndose en un referente de la numismática española, pero las circunstancias, siempre tan definitorias, le puso en un brete, del que salió, para beneficio de todos, de manera airosa. Estando en su puesto de conservación del Gabinete Numismático del Museo Arqueológico Nacional (MAN) la guerra irrumpió con su necesidad, más bien afán, de fondos económicos y del Museo Arqueológico Nacional, como es de presuponer, se podía extraer mucha riqueza. Toda guerra suele producir expolio, baste recordar lo cerca que estuvo el Museo del Prado de perder gran parte de su colección, y una parte sustancial de los bienes que albergó este gabinete acabó en el extranjero. Fue lo que se conoce como la gran incautación del oro del Museo, ordenada por el Ministerio de Hacienda. Pero otra parte, gracias a la pericia y valentía de Mateu i Llopis, fue escondida y disimulada, lo que a la postre evitó su disgregación. De entre lo salvado se encuentran muchas piezas con gran significación que pueden, en la actualidad, y gracias a ello, verse en el MAN. Por destacar algunas de ellas, podemos nombrar el Medallón de Augusto, la dobla de Pedro I y las amonedaciones de oro de los Reyes Católicos.

Felipe Metu y Dobla Pedro I

El final de la guerra, que Mateu i Llopis vivió en Valencia donde se había trasladado en 1937, supuso para él el inicio de un proceso de depuración del que, sin embargo, se puede decir que salió indemne, pues finalmente no fue sancionado. Posteriormente, en torno a 1941, fue nombrado director de la Biblioteca Central de Barcelona, cargo que ocuparía el resto de su vida laboral. Al poco de ostentar dicho puesto, y según él mismo cuenta, recibió la orden de destruir importantes fondos catalanes, orden que, podemos suponer que con gran dificultad, logró ignorar. Así pues, hasta en dos ocasiones Llopis antepuso a su integridad la salvaguardia de bienes insustituibles y que hoy en día forman parte del patrimonio de todos.

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