2. El Cádiz de las Cortes

En torno a la Constitución de 1812

Cádiz, la más cosmopolita en esos momentos de las ciudades españolas, fue la protagonista de este periodo  histórico, en cuyo Oratorio de San Felipe Neri tenían lugar las sesiones de Cortes después que hubieron de abandonar, ante el avance francés, su primer emplazamiento en el teatro de San Fernando. Se expone la Guía General de Cádiz para el año de 1812, una especie de agenda, que aportaba todos los datos que cualquier visitante pudiera necesitar de los componentes de las instituciones políticas y militares: contiene información relacionada con la nómina de funcionarios y personas notables del lugar, ofrece datos relativos a servidores públicos y, en fin,  es un directorio ordenado y dirigido a orientar a los visitantes sobre personas y servicios públicos de la ciudad.  Cumple en   Cádiz la misma función que tenía en Madrid el «Kalendario Manual o Guía de Forasteros».

Una ilustración  de la obra Las Cortes de Cádiz en el oratorio de San Felipe, notas históricas redactada por José Belda y Rafael M. de Labra, ofrece una vista de la iglesia barroca donde se reunieron las Cortes tras abandonar el Teatro de San Fernando. 

Se completa la vitrina con una recreación novelada de la vida cotidiana de la ciudad gaditana, Cádiz, uno de los «Episodios Nacionales» de Benito Pérez Galdós, relato de las aventuras del protagonista, D. Diego, en el sitio de la ciudad y durante el proceso de formación de las Cortes. Este ejemplar perteneció al propio Pérez Galdós ya que porta su exlibris en una de las guardas. De esta forma se describe la apertura de las Cortes el 24 de septiembre de 1811:

«Una gran novedad, una hermosa fiesta había aquel día en la Isla. Banderolas y gallardetes adornaban casas particulares y edificios públicos, y endomingada la gente, de gala los marinos y la tropa, de gala la Naturaleza a causa de la hermosura de la mañana y esplendente claridad del sol, todo respiraba alegría. Por el camino de Cádiz  a la Isla  no cesaba el paso de diversa gente, en coche y a pie; y en la plaza de San Juan de Dios los caleseros gritaban, llamando viajeros: -¡A las Cortes, a las Cortes! Parecía aquello preliminar de función de toros. Las clases todas de la sociedad concurrían a la fiesta, y los antiguos baúles de la casa del rico y del pobre habíanse quedado casi vacíos. Vestía el poderoso comerciante su mejor paño, la dama elegante su mejor seda, y los muchachos artesanos, lo mismo que los hombres del pueblo, ataviados con sus pintorescos trajes salpicaban de vivos colores la masa de la multitud. Movíanse en el aire los abanicos, reflejando en mil rápidos matices la luz del sol, y los millones de lentejuelas irradiaban sus esplendores sobre el negro terciopelo. En los rostros había tanta alegría, que la muchedumbre toda era una sonrisa, y no hacía falta que unos a otros se preguntasen a dónde iban, porque un zumbido perenne decía sin cesar: -¡A las Cortes, a las Cortes!»

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