Manuel Rivera (1927-1995)
La obra Tríptico del Museo de Arte Público pertenece a la serie de Los espejos. Está realizada en acero inoxidable para evitar su oxidación, por su ubicación al aire libre. En esta ocasión la pared hace las veces de tablero, en el cual se disponen unos pivotes para sujetar los alambres que tensan las telas y configuran los espacios. A modo de tríptico, se compone de tres cuerpos independientes, algo más elevados en los extremos, en los cuales las redes se organizan en dos planos, formando ángulos y variadas construcciones. Las telas están colocadas a diferentes distancias y tienen distinta trama -más grande o más pequeña-, de manera que, al superponerse, crean efectos de profundidad y de "moiré", vibración óptica que se acentúa según el espectador vaya desplazando su punto de visión. Es una composición de aspecto sobrio en la que sólo se utilizan los colores de los propios materiales, el blanco de la paredes en contraste con los grises metálicos. La luz que se filtra a través de las telas juega un papel muy importante: produce efectos de luces y sombras, proyecta la obra hacia el observador y según la hora del día le confiere nuevos aspectos.
Aunque es una creación abstracta, en palabras del propio autor, sugiere el mundo extraño de los espejos y de las sombras misteriosas que en ellos se reflejan. Como en el resto de su producción recoge el mundo de las transparencias, de los espacios mágicos de los jardines y las estancias, entrevistos a través de las persianas y celosías granadinas.
Cuando Manuel Rivera presentó su obra en la Bienal de Sao Paulo de 1957, causó auténtica sensación. Realmente sus composiciones metálicas, realizadas con materiales y técnicas totalmente nuevos, consiguen resultados sorprendentes y son una de las aportaciones más originales de la vanguardia española de los años cincuenta. Rivera nació en Granada en 1927 y allí pasó sus primeros años de formación. Nunca olvidará la influencia del paisaje y la arquitectura granadinos, constantemente evocados en sus obras, a pesar de que pronto se trasladó a Sevilla, donde estudió en la Escuela de Bellas Artes.
El artista se inició en el campo de la abstracción en 1951 con una serie de lienzos, dentro del expresionismo matérico, que empezaban a obtener un cierto reconocimiento. Sin embargo, su preocupación por la búsqueda del espacio que no lograba resolver por los métodos pictóricos tradicionales, le produjo una profunda crisis, abandonando todo lo que había realizado hasta el momento. En 1956, las ideas informalistas de utilizar en el arte todo tipo de materiales, le sugirieron la posibilidad de sustituir el lienzo de sus cuadros por tela metálica sujeta a un bastidor, como soporte de la pintura. Con este procedimiento, que desarrollará a lo largo de su carrera, había logrado incorporar a sus obras el espacio, el vacío real que se vislumbra a través de las tramas.
En 1957 el artista entró a formar parte de El Paso, y expuso por primera vez estas composiciones en la muestra colectiva del grupo en la Galería Buchholz de Madrid. En ellas había cambiado los pigmentos por trozos de malla pegados sobre la primera red, a modo de collage, de forma que el negro gris del metal y el blanco de los huecos les conferirá una gran sobriedad cromática. Como consecuencia de su presentación en la Bienal de Sao Paulo de este mismo año, el Museo de Arte Moderno de Nueva York adquirió una de sus obras y su nombre empezó a cotizarse en el circuíto internacional del arte.
En la serie Metamorfosis, comenzada en 1958, Rivera introdujo una importante novedad técnica, el uso de un bastidor más grueso, que le daba la posibilidad de utilizar dos planos paralelos de telas metálicas. De este modo obtenía obras tridimensionales en las que las redes, según el propio autor, se convertían en un instrumento para conseguir formas, con unos planteamientos constructivistas, que evocaban en sus diseños a las telas de araña. Son composiciones en las que se logran además multitud de efectos espaciales y lumínicos, ilusiones visuales y vibratorias, que les confiere la cualidad de "ámbitos cambiantes" y las relacionan directamente con experiencias del arte óptico-cinético. Estas sensaciones se ven reforzadas a partir de 1961 con la introducción del color, por oxidación o pintura, que proporciona a las mallas tonalidades suaves y variables. El nombre de la serie hace referencia precisamente a esta capacidad de transformación y constituye un homenaje a Kafka.
Dentro de su línea de investigación plástica, en 1966 Rivera comenzó a experimentar un nuevo procedimiento en Los espejos. Las telas ya no cuelgan de un bastidor sino que van tensadas sobre un tablero, de modo que las posibilidades de composición, al igual que los efectos cromáticos, de luz y movimiento virtual, al reflejarse sobre un fondo, se multiplican. A partir de entonces, sus obras siguen desarrollando ambos sistemas en nuevas series como Los mandalas o Las albercas.
Lo inusual de la técnica empleada en sus composiciones, ha originado controversia sobre si éstas se pueden considerar pinturas o esculturas. El propio artista se definía como pintor y a sus creaciones las denominaba cuadros, sin embargo, en ellas utilizaba las tres dimensiones para resolver problemas de color, espacio y luz, por lo que participan de ambos campos. Este problema surge con frecuencia en el arte contemporáneo, donde la constante búsqueda de nuevos medios de expresión hace muy difícil marcar límites según los criterios convencionales.
Manuel Rivera ingresó en 1984 en la Academia de Bellas Artes de San Fernando y falleció en 1995.