Alberto Sánchez (1895-1962)
A la última etapa de su vida corresponde la obra Toros ibéricos, en la que se advierte la añoranza del artista por los temas españoles y el deseo de reanudar la obra interrumpida bruscamente por la Guerra y el exilio. Toros ibéricos es una obra representativa del gusto de Alberto por las composiciones verticales y las superficies curvas, y la tendencia a aglutinar el volumen de las figuras en un solo conjunto, rasgos estos característicos de su peculiar estilo vigoroso y expresivo. Solo rompe la masa del grupo, al introducir una oquedad en la figura más estilizada; este recurso del vacío, utilizado por Alberto a partir de 1925, se repite en algunas obras de estos años como el Pájaro bebiendo agua (1956-1958). La capacidad de síntesis del artista y la intención de crear una nueva imaginería de profundas raices españolas se ponen de manifiesto en esta grácil y poética escultura, que nos trae a la memoria los populares toritos de cerámica de Cuenca. Como ocurre con otras esculturas del último periodo de su producción, enlaza directamente con la iconografía de las obras anteriores a la Guerra Civil y supone un recuerdo de la profunda impresión que le causaron en su juventud las esculturas ibéricas del Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
La escultura que se expone en el Museo fue donada por los herederos del artista; es una ampliación en bronce, realizada a partir del original de escala menor (45 cm), que se conserva en la colección de la familia.
Alberto Sánchez es uno de los escultores españoles más destacados del siglo XX, y uno de los principales promotores de la renovación artística que tuvo lugar en España durante los años veinte y treinta. La obra de Alberto, maltratada e injustamente olvidada durante mucho tiempo en España, empezó a ser reivindicada a partir de la monografía de Luis Lacasa, publicada en Budapest en 1968, y de la magnífica exposición celebrada en Madrid en 1970. Gracias a estas y otras iniciativas, la figura de Alberto recuperó el lugar de honor que le corresponde en el arte español de este siglo.
Alberto nació en Toledo en 1895. En su infancia trabajó en los más diversos oficios. A los doce años se trasladó a Madrid, donde se inició en la escultura al ingresar como aprendiz en un taller de escultura decorativa; más tarde continuó ejerciendo el oficio de panadero. En 1916 fue a Melilla para prestar el servicio militar y realizó sus primeras esculturas en piedra sobre temas africanos. Sus primeras obras reflejan, como en el caso de todos los escultores del momento, la influencia de Picasso, y están dentro de la estética cubista. En 1922, conoció en el café de Atocha al pintor uruguayo Rafael Barradas, con quien entabló una gran amistad que sería decisiva para la posterior evolución de su obra y un estímulo para el desarrollo de su vocación. Barradas supo apreciar la profunda y poética personalidad de Alberto; le puso en contacto con las últimas tendencias del arte moderno, animándole a participar en la "Exposición de Artistas Ibéricos" que se celebró en el Retiro en 1925 y que dio a conocer a la vanguardia española. Las obras que presentó en esta exposición produjeron tal impacto, que un grupo de intelectuales solicitó de la Diputación de Toledo una pensión que le permitiera dedicarse activamente a la escultura. Alberto recordaba así sus ideales en ese momento: "Yo quería hacer un arte revolucionario que reflejase una nueva vida social, que yo no veía reflejada plásticamente en el arte de los anteriores periodos históricos, desde las Cuevas de Altamira hasta mi tiempo. Me dí a la creación de formas escultóricas, como signos que descubrieran un nuevo sentido de las artes plásticas. Me dediqué a dibujar con pasión de la mañana a la noche. A través de aquellos dibujos que hacía para buscar posibles esculturas, pude darme cuenta de que era sumamente difícil salir de todo lo que a uno le rodea".
Entre 1926 y 1936, cuando gran parte de los artistas españoles emigraba a París, Alberto decidió quedarse en Madrid y fundó, junto con el pintor Benjamín Palencia, la primera Escuela de Vallecas, cuyo objetivo principal fue -como recordaba Alberto- "poner en pie el nuevo arte nacional, que compitiera con París". A ambos artistas les unió el mismo interés por los paisajes y las tierras castellanas y la búsqueda de un nuevo lenguaje, alejado del falso folklorismo imperante, que pudiera expresar las esencias españolas y los verdaderos símbolos de la tierra. Es en este momento cuando abandona el cubismo y se inicia en el surrealismo, llegando a desarrollar un estilo muy original y personal que le convierte en uno de los principales exponentes de la llamada escultura organicista. La obra de Alberto es sencilla y poética; se inspira, como ha expresado Valeriano Bozal, en el pueblo, el campo y la naturaleza. En 1937 realizó, para el exterior del pabellón español de la Exposición Internacional de París, una de sus obras más célebres. El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella, lamentablemente destruída, como la mayor parte de su obra anterior a la Guerra Civil.
Entre 1930 y 1937, gran parte de la actividad de Alberto estará orientada a la docencia, tarea a la que se dedicará toda su vida. En esta época también colaboró con la compañía teatral "La Barraca", diseñando figurines y decorados. El desenlace de la Guerra Civil le sorprende en Moscú, ciudad a la que había sido enviado por el gobierno republicano para impartir clases de dibujo a los niños españoles que habían sido evacuados a la URSS. En Moscú pasará el resto de su vida hasta su muerte en 1962. En Rusia desarrolló, al margen de la escultura, otras facetas artísticas, dedicándose sobre todo a la pintura y al diseño de figurines y escenografías. A partir de 1956, Alberto vuelve a entregarse con entusiasmo a la escultura, realizando una serie de obras que se pueden inscribir en una línea entre el surrealismo y la abstracción lírica.
En 1970 se celebró, en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, la primera exposición antológica del artista. En esta exposición figuraban dibujos, pinturas, esculturas que abarcaban toda su evolución artística y, especialmente, la obra realizada en Rusia, casi desconocida en España. La familia del artista creó en 1974 la Fundación Alberto en Madrid, en la que se instaló una exposición permanente de sus obras.