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Se puede considerar a París la capital del arte español durante gran parte del siglo XX. Centro de las vanguardias de toda Europa, acogió una amplia nómina de artistas españoles que se establecieron en la entonces capital del arte. Entre ellos estaban los hermanos González, la familia de orfebres catalanes formada por el malogrado Joan y, sobre todo, por Julio González, uno de los escultores más destacados del siglo y, junto con Picasso, representante destacado de la vanguardia artística. A ellos hay que añadir a Roberta González, hija de Julio y artista notable, que ha estado durante tiempo a la sombra de su padre y, luego, a la de su marido, el pintor abstracto alemán Hans Hartung. Y es que Roberta González, nacida en París en 1909, ha permanecido a lo largo de décadas en una oscuridad que en España —y aún más en Madrid— ha sido especialmente densa.

Su capacidad artística y sus dotes fueron advertidas por Picasso al ver sus dibujos infantiles, algunos publicados en revistas como Les feuilles libres. Luego, y a despecho de una vida de adversidades personales y de vivir acontecimientos tan complejos   como la Guerra Civil y la Ocupación alemana (que pasó discretamente en la Francia profunda), Roberta González desarrolló una importante carrera en el complejo mundo del arte parisino de los años treinta a los setenta. Mujer en un universo masculino, fue la única artista en la Exposición de Praga de 1948. Su obra, realizada a lo largo de más de cuatro décadas, responde tanto a las características del entorno artístico de la época —cubismo, abstracción, surrealismo, etc— como al impulso de una personalidad propia, lo que da lugar a una tensión creativa original que se desarrolla a lo largo de diferentes etapas.

 Esta exposición, que supone la primera muestra individual de la artista franco-española en Madrid, se basa en la colección de Vicente García Sambenito, procedente de París y formada por una serie de obras de diferentes técnicas y soportes inéditas, algo que incrementa la novedad de esta muestra. Pertenecientes a diferentes épocas entre 1940 y 1975, las obras de Roberta González muestran la evolución, pero también la persistencia de sus intereses y de su lenguaje en estos años. Hay dibujos, tanto los infantiles que interesaron a Picasso, como los realizados durante la Ocupación reveladores del entorno en el que vivía. Luego, regresó a la pintura, a la combinación de abstracción y figuración, a la presencia del retrato femenino, al color, a símbolos como cruces y a elementos de la Naturaleza. Un lenguaje dual y de contrastes revelador de contradicciones vitales y personales. Todo ello sin olvidar la influencia, a veces alargada y persistente, de la obra de su padre, Julio González, a cuya difusión se entregó.